Al principio solo era miedo. Miedo que se volvió intriga, deseo, imaginación, aventura, ganas, y por último: un reto. Un tiovivo de sensaciones, dignas de una ruleta de casino. El mejor sitio donde apostarme todos los besos al número 30. Si pierdo, me arruino.
Si gano...
Si gano dejo de mendigar esas 4 caricias y media que tanto me costaba conseguir. Si gano dejo la máscara en casa, y me pongo la sonrisa. Pero no la falsa, no. La otra; la bonita, la de verdad, la que no se quita hasta que me la borran. Si gano se acabaron los monstruos debajo de la cama y los fantasmas del pasado. Esos que se esconden tras la puerta, susurrándome malas intenciones, recordándome los malos momentos... volviéndome loca.
Si gano...se acaba el miedo.
Si gano.
Pero...¿Que haría yo con tanto beso?
¿Dosificarlos?
Como si de morfina se tratase, drogándome cada a día hasta que se acabasen...
¿Arriesgarme a volverme adicta y que de repente se esfume la suerte?
O...
¿Debería gastarlos?
Comprarme las sábanas más blancas, el perfume más dulce y la piel más suave. Las caricias más frágiles y la sonrisa más bonita...
Y es en este punto, sin querer, cuando vuelve el miedo, arrastrándose... como una sombra, sigiloso y al acecho. Y yo soy la presa. Me invade el pánico y se me olvida el premio. Se me nublan las ideas y se me escurren los planes entre los dedos, como si fuesen agua. Como se disuelve el humo de un cigarro...
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