Ni tu eras un príncipe ni yo una princesa, aquello estaba claro. Los dos disfrazados de buena cuna, de valores y conducta impecable. Tú eras el sapo y yo la rana, aunque ninguno lo sabía... No quedaron ni las coronas, ni los modales; por no quedar no quedó ni el respeto. Y lo que hubo un día, simplemente...
Se secó. Igual que un charco.
Y charcos hice muchos...de lágrimas en la almohada. Lo que tuvo que aguantar la pobre, qué maltrato. Mi única compañera cuando tú ya no estabas, y digo Tú, por decir algo. Por personalizar, aunque en realidad sois muchos.
Muchos sapos. Babosos, escurridizos y ruidosos.
Y yo, sin querer y con las prisas, me olvidé la corona en el camino...
Pero...
¿Quién dice que una rana no puede llevar corona?
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