Hice la maleta y metí los besos que me diste, las rosas de papel y las notitas en las que me pedías perdón. Guardé las sonrisas, las miradas y las caricias. Aún había sitio para todos esos besos que no nos dimos. Para aquellos planes que nunca llevamos a cabo, para aquellas promesas que no se cumplieron. Había sitio para los sentimientos que no tuviste. Quedaba sitio para ti en cada rincón de la maleta.
Preferí no llevarme los malos recuerdos, ya de poco me servían. En los bolsillos no me cabían las lágrimas, ni las noches en vela. No tenía sitio ni para guardar los silencios incómodos ni los malos ratos.
Pero cogí la maleta, y pesaba demasiado. No se si era por lo que había dentro, o por lo que no había. Me escocían las yemas de los dedos y me ardía la piel. Notaba el picor subiendo por mi brazo mientras me temblaban las manos...
Así que me fui.
Dejé la maleta en el rincón más oscuro de la habitación, y sin volver la vista atrás cerré la puerta tras de mi. Eché el cerrojo y tiré la llave en la primera papelera que vi. Sin ni siquiera una vista atrás. Sin escuchar las voces que me llamaban desde aquel rincón oscuro.
Simplemente me fui con lo puesto.

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