viernes, 28 de marzo de 2014

Directo a las venas.

  
Vas directo a las venas, como el azúcar pero en salado. De sabor más bien amargo, como el limón que me quita el hipo, ácido...agrio. Necesario al fin y al cabo. Y cuanto más amargo, más escuece. Como las heridas en las palmas de mis manos: consecuencia de las caídas por correr demasiado.

Alguien dijo una vez que las prisas no son buenas, y no se equivocaba.

Es solo que a veces me aburre ver mi vida a cámara lenta, mientras el resto no hace más que acelerar. Y por más que intento controlar mi ritmo, siempre hay algo en el camino que me bloquea el paso. No puedo ir hacia delante, pero tampoco hacia atrás. Y me quedo estancada entre dos fronteras, igual que el agua sucia de un charco: aquello de lo que huyo y aquello que deseo. Pero no puedo alcanzar ninguna porque mis pies están enterrados en el fango. Igual que las raíces de un árbol, hundiéndose cada vez más centímetro a centímetro. Hundiéndose bajo el peso de las cosas que se me quedaron en el bolsillo.

Existe una fina línea entre lo que uno quiere y lo que uno necesita, y a veces nos cuesta distinguir cuando son dos cosas diferentes. Como en los besos que me dabas, que ya no se si es el antojo del momento o que los echaba de menos. No sabían igual... Pero tenían algo. Algo que me hacía querer más, algo que me encantaba. Y no quiero echarlos de menos. Ni a ti. Ni sentirme confundida, ni preocupada, ni celosa, ni triste. Ni sola aun cuando duermo acompañada. Pero tú no entiendes a razones. Eres como la droga, directo a las venas.

                                     

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